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Educación afectiva-sexual

La educación afectiva-sexual debiera formar un elemento troncal en todas las etapas educativas obligatorias, alejada de la mojigatería, de tabúes, de falsos supuestos, de un lenguaje a veces inaccesible por estúpido. Una educación progresiva, en escala, donde al ser humano que se le está orientando sobre el conocimiento y reconocimiento de su energía sexual, de su orientación sexual, no se le esté proyectando moral dominante (hipócrita además), represora e inhibidora del autoconocimiento de la propia sexualidad en toda su extensión y, por tanto, no se le esté amputando un conocimiento vivencial o experimental.

Si nuestros menores crecieran en un verdadero conocimiento de su propia sexualidad, mediante una coordinación educativa eficaz entre la familia y el centro educativo, nos cantaría otro gallo en las posteriores relaciones como adolescentes y a partir de ahí. Estaríamos ante una revolución cultural de primer orden rompiendo viejos paradigmas, tabúes, posicionamientos, sobre el sexo y nos acercaríamos al objetivo de combatir (desde la educación) la desigualdad en función del rol de género, la violencia machista en donde uno de sus patrones es la carencia de afectos y empatía hacia la otra persona mujer, otras violencias consecuencia de una ignorancia en materia de pulsión y/o diversidad sexual. Asimismo estaríamos educando para una sexualidad sana, plena, feliz, libre, que nos llevaría a un destrozo de la práctica de la prostitución. Estaríamos educando para un largo alcance a nuestras venideras generaciones en la comprensión del sí mismo y de las otras personas en cada una de las vertientes que circundan nuestra sexualidad: física, emocional, mental y espiritual. Los biorritmos y sus cambios cíclicos según la etapa vital, las emociones asociadas a los cambios de biorritmos en cuanto al crecimiento o mengua de la energía sexual, los patrones mentales que nos impiden o nos allanan el camino dependiendo de nuestra capacidad de estrechez o amplitud de miras, de mente abierta y evolucionada en constante aprendizaje y el crecimiento personal y espiritual desde la vivencia de la propia sexualidad como experiencia lúdica, libre, plena, cargada de símbolos y realidades.

Una vivencia plena en el crecimiento de nuestra sexualidad alejaría el peligro de embarazos tempranos no deseados porque lo normal sería poner medios desde el momento en que dos adolescentes sienten la pasión entre los 13-14 años de edad. En lugar de cohibirlos, reprimirlos, sería haberlos educado desde antes para llegar el momento en el que tendrían su primera experiencia y no traumática con la cesión de un espacio para su disfrute. Alejar la sexualidad del pecado, de la curiosidad malsana vía pornografía o de la masturbación frustrante, convertiría a nuestras generaciones en seres mucho más evolucionados con una enorme capacidad de amar desde sí irradiando hacia las demás personas.

Educar en el afecto -conectado al sexo- es lo que nos haría más humanos. O sea más felices, porque no olvidemos que el mandamiento máximo de nuestra existencia es la felicidad a la que estamos obligados procurar. El problema es que hemos perdido el norte dónde buscarla.

Educar, pues, en sexo con amor voltearía muchos de los parámetros mentales anclados por el patriarcado, porque nos daría la dimensión real de una sexualidad como experiencia espiritual intensa, de crecimiento, de una visión del amor alejado del dolor, del soportar o aguantar, del sufrimiento, del apego, del condicionante. Las relaciones no se llevarían a cabo bajo promesas de eternidad sino por el fluir del corazón y su poder de atracción, no existiría el miedo al compromiso porque -en cualquier caso- el compromiso lo establece uno con su yo interno y eso se llama lealtad a los propios sentimientos. Las relaciones dejarían de ser tóxicas porque, desde el primer momento, estarían claras las bases o cimientos sobre los que construirlas. Sabríamos el camino a seguir.

Educar en una sexualidad plena, por razones obvias, llevaría a un gran conocimiento de las artes amatorias y de las necesidades sexuales de la pareja de turno que, además, en el ámbito femenino trascienden a la mera corporeidad y parece que esto no se entiende bien. Estaríamos moviendo los cimientos del mismo patriarcado como sistema para dar paso a un nuevo orden o civilización más avanzada. Si a la necesidad de transformación y la capacidad de realizarla se llama utopía entonces será posible. Sea bienvenida.

La Antropología

La ciencia al servicio, nuevamente, de la verdad y no de intereses espurios alejados del conocimiento profundo. Pero hablar de ciencia habría que decir hablar desde la objetividad, sin tamices de creencias o patrones que indujeran a todo lo contrario.

La antropología tiene mucho que mostrarnos sobre las costumbres sexuales de la humanidad a lo largo de la historia y en distintos pueblos. De esta forma entenderíamos -seguramente- que los conceptos o etiquetas son culturales, a veces desviadas de su esencia en origen, sobre todo en una materia tan reducida a la esfera íntima que ha perdido la frescura que tiene como energía vivificante. Sí, hablo de la energía sexual o kundalini para alguna cultura oriental.

Mostrarnos cómo las relaciones eran transversales y, por tanto, exentas de jerarquía. De cómo evolucionan hacia estas últimas en roles diferenciados. La antropología puede mostrarnos el origen de lo que hoy conocemos como prostitución que es, en realidad, una actitud contestataria de la mujer ninguneada ya en el patriarcado al habérsele amputado la posibilidad de disponer de su capacidad de relacionarse libremente y verse abocada a la sumisión. Puede desvelarnos la iniciación sexual en la adolescencia y de cómo la práctica en el núcleo endogámico de la familia era común. Atreverse a desvelarnos las verdades sobre estas cuestiones, sin el tamiz moral, nos haría ver las cosas de otra forma. Si la práctica sexual se desarrollaba sin violencia sino por la costumbre ritual entonces qué debemos temer de aprender y conocer que eso fue así para entender luego el proceso histórico posterior. Hoy se le llamaría relación incestuosa condenada en el fuego eterno pero la realidad es otra porque poco se habla de las madres enamoradas de su hijo o hija, de los padres igualmente de su hijo o hija, y viceversa también por supuesto. De esas mujeres y hombres que han crecido enamoradas de sus progenitores pero sin llegar al roce, aunque no estoy tan seguro que eso sea así en muchos de los casos que podrían sorprendernos. Forma parte de la pulsión sexual primaria, original, sin concepto de pecado. Si lo pensamos bien quién mejor que unos padres amorosos podrían introducir en una sexualidad sana a su prole. Vale, ya sé que llegado aquí ya se me condena por hacer proselitismo del incesto. Repito que este concepto es cultural, agregado posteriormente, pero sobre el que habría que trabajar para desagregarlo y poder entender el ritual de iniciación sexual y nos dejamos de hipocresía.

A día de hoy si un adolescente le dice a su madre mamá déjame tocarte las tetas que las tienes para comérselas se le arrea un hostión, se le lleva al psicólogo por depravado o a ver qué le pasa, y en algunos casos -incluso- hasta lejos del hogar familiar. Esto sucedería en una familia "normal" con un adolescente "atrevido" pero la cosa es que no suele suceder porque en casa apenas se habla de sexo. No ya de sexo ajeno, aséptico, casi minimalista en el lenguaje, sino ni siquiera del propio. De ese que cuando lo practicas con la madre de tu prole y te ven contento no somos capaces de decir es que anoche tuvimos traca sexual y vimos colores con los orgasmos. Porque lo que se ha normalizado es el manto de silencio: nadie pregunta, nadie habla de sus sensaciones. Solo hablamos, eso sí, cuando nos bronqueamos y andamos de morros pero cuando la situación pinta bien, hay buen intercambio de energía, entonces hay que callar no vaya a ser que aprendan muy rápido.

Pero para llegar a adolescente antes hay que cumplir años, crecer no solo biológicamente sino como persona íntegra. Quizá saber algo de nuestra historia ancestral nos ayudaría a volver la mirada, repensar nuestra actitud en materia sexual y concluir que no sabemos un pijo más allá de cuatro cosas básicas sobre nuestra propia sexualidad y no digo ya sobre la ajena, y mucho menos sobre la femenina.

Se hace perentorio incorporar el saber antropológico (además del histórico) a la esfera educativa sobre nuestras costumbres, en materia de sexualidad en el caso concreto. Quien alcanza a ver el pasado es capaz de mirar al futuro para evolucionar.

Ritual taoísta para relaciones sexuales

Probablemente hayas oído hablar del tantrismo, pues al caso es homónima la práctica. Sexualidad y espiritualidad. No olvidemos que estamos ante la unión de los opuestos y complementarios, ante la unidad interna propia y la unidad con la otra persona. Y para alcanzar esa unidad se necesita haber elevado el nivel de vibraciones en el devenir del tiempo cuya fase de encuentro físico requiere de comunión entre las partes implicadas, que pueden ser dos o más ya que en el taoísmo la práctica de sexo en grupo es algo corriente. Pero al caso concreto nos ceñimos a una relación de par (da igual el género) en donde ese encuentro no solamente tiene un carácter puramente físico sino que lo trasciende además desde una perspectiva de lo pausado.

El ritual está pensado para evitar la ansiedad, el descontrol, el desafecto, la dependencia, la presión, dando protagonismo a la atención plena concentrando movimientos, lentos y pausados, respiración, a la energía de la otra persona y, por tanto, atención a las necesidades de la misma. Aleja el egoísmo, la rapidez, la inmediatez, poniendo el foco en un bienestar común que no significa llegar al orgasmo en paralelo ni mucho menos, ni mantener sexo porque sí sino con sentido. Si hoy no se puede no hay drama, si hoy no estás en la cresta de la ola no pasa nada. Se trata de saborear el momento y no de apurarlo. El taoísmo, en su ritual, no contempla el orgasmo ni la eyaculación como centro de la obra a llevar a cabo. El centro es el placer lo cual no quita importancia para que haya práctica amatoria que fomente, precisamente, la evacuación de líquidos o fluídos que deben liberarse, al menos, una vez a la semana para renovar la energía sexual. Y siendo el placer el centro también nos recuerda que la práctica autónoma conocida como masturbación debe llevarse a cabo bajo la misma premisa de lentitud, concentración como si de meditación se tratase, reiteración en el día para mantener el fuego de la pasión. O sea más de una al día puede ser bastante recomendable y, además, sin eyacular para preservar la energía esencial y fomentar, de esta forma, la longevidad sexual lo que significa, en la práctica, que no tienes una fecha de caducidad en el disfrute del sexo siempre que practiques adecuadamente.

El ritual, en definitiva, parte del concepto de unión de energías y contempla las siguientes fases en el desarrollo total de las relaciones sexuales:

  1. Complicidad

  2. Correspondencia a los estímulos de la otra persona (visuales, auditivos, gestuales...)

  3. Plena disponibilidad por las partes

  4. Generar confianza de disfrute-diversión

  5. Preliminares

  6. Acción-práctica amatoria

Los preliminares son básicamente, de carácter espiritual el primero con un tiempo de meditación de unos 15-20 minutos para conectar con la otra (u otras) energía (s) presente y rendirle tributo, veneración u honor, siendo este un tiempo anterior a la práctica física, el cimiento. Concluido este preliminar pasaríamos al preliminar físico que es el de contacto a través de los sentidos, pudiendo comenzar unas dos horas antes de la consumación y contener alguna pequeña pausa sin enfriar el ambiente. No obstante el tiempo expuesto es una indicación aproximada considerando que la relación estimada entre preliminar y fase final estará alrededor de 2 a 1, o lo que es igual el doble de tiempo de preliminar del invertido en la consumación con lo que se traduciría en 1 hora para preliminar y 30 minutos para la consumación como tiempo medio alto. Nada que ver con el sexo rápido o sexo basura. Se trata de una relación profunda, rupturista de patrones arcaicos, de gran altura moral. Una práctica recomendable para los vientos que soplan de vileza y de mercantilización bajo la tiranía del tiempo entre otros paradigmas.

Aceptación

Una de las premisas básicas en la educación sexual es la aceptación de la propia naturaleza y la de los demás en su diversidad de manifestaciones ya que éstas no son monolíticas, la práctica sexual no es monolítica, los sentimientos no son monolíticos. La vida, en sí misma, no es monolítica ni lineal. Es sinuosa, ondulante, y si me lo permiten es fractal. Sin la aceptación de la diversidad caeremos en el sectarismo, en la segregación, en la persecución de lo diverso y, por ende, en la imposición de tabúes. ¡Ay el tabú!

La primera aceptación es la de la propia naturaleza sexual. ¿Soy gay, lesbiana, bisexual, heterosexual? ¿Me siento mujer en cuerpo de hombre o viceversa? ¿Tengo algún conflicto de identidad sexual? Qué siento, cómo lo siento y lo vivo es la cuestión. Si vivo conforme a lo que siento estoy muy cerca de la plenitud personal. Si vivo de espaldas a lo que siento soy un infeliz del carajo. ¡Cuánta gente infeliz hay por mor de la hipocresía social! Pero, para ello, debo superar las barreras propias y sociales si, obviamente, puedo y no me lapidan por ello. Es muy importante, pues, que cada persona viva conforme a lo que siente sin complejos, en libertad. Y si no puede aún es más importante apoyarla.

Conozco gente definida sexualmente a priori (hetero y lesbiana incluso), alejada siquiera de una visión abierta de la sexualidad, encerrada en patrones culturales monolíticos de los que escribo más arriba. Pero un buen día comienzan a sentir algo por alguien que le rompe los esquemas. Mujer que le gusta hombre pero siente, también, por mujer, mujer que siente por mujer pero, también, por hombre... Y ahí comienzan los líos de cabeza, la desestructuración mental, la desubicación. Esto no me puede estar pasando a mí, pero pasa. No es un déja vu, es aquí y ahora. Hay un enorme choque o impacto emocional, un brutal movimiento tectónico que pone patas arriba todas las creencias propias aferradas, hasta ahora, en una línea concreta de sentimiento. Esa persona entra en una especie de coma social, de casi aislamiento parcial, para reflexionar qué hacer y se encuentra que su entorno es cruel, despectivo hacia una orientación que no sea la heterosexualidad. O, también, entra en conflicto consigo misma porque teme perder en el camino amistades, pareja actual etc. El miedo a la pérdida es real y paraliza pero la capacidad de superación (ahora le llamamos resiliencia) también es enorme. Esa persona necesita de alguien que le apoye, le mime, le comprenda. Una energía afín, comprometida con la verdad de los sentimientos y no actitudes inquisitoriales. Esa persona necesita, más que nunca, pruebas de amor para reconciliarse consigo misma pero, por supuesto, necesita aceptarse tal cual siente.

Tú eres una amiga mía que sientes algo por mí y un buen día me dices que igualmente tienes sentimientos por una amiga. Aceptar tu bisexualidad será el primer paso con independencia de lo que yo piense, diga o haga. Es tu libertad. No tengas miedo a perderme porque, entonces, es que de ser así no valdría la pena tenerme a tu lado como amigo, amante, confidente. Sería un puñetero desastre confiarme tus sentimientos si no confías en mí. Despeja, entonces, tus demonios en forma de dudas, temores, miedos, vacilaciones. Y cuando me preguntes que qué me parece a mí te diré que adelante, que ames a esa mujer y me la presentes porque, entonces, ambos habremos ganado un amor más. Nadie pierde y las partes ganan. Si fuera un hombre te diría, entonces, que lo ames también pero -de momento- no habré ganado amor carnal alguno aunque sí, quizá, respeto. Yo no puedo oponerme a lo que sientes y decidas. Me opongo a no ser capaces de mostrar cariño, afecto, amor, de no ser sinceros y honestos. Aceptación, también, por mi parte es una premisa esencial.